Ribadesella, flanqueada por el Mar Cantábrico, el río Sella y los Picos de Europa se convierte en destino apto para todo tipo de viajeros.
Playas, praderías, pedrales y acantilados dan forma a un litoral donde el Cantábrico estrella toda su furia; y a un interior cuya ribera baña el río Sella, el río Lloviu, el Tinganón, el Guadamía... Decenas de cauces que bañan el verde paisaje y cuya agua dulce un día sirvió para mover los molinos que convertían el maíz en harina.
En Ribadesella también hay montañas por las que adentrarse siguiendo rutas señalizadas. El Mofrechu (897 metros), la Peña Pagadín (419 m.), La Peruyalina (493 m.), Gobia (539 m.) y la Cruz de Llames (554 m.) completan los inusuales montes que rodean un concejo costero.
Y el mar… ese gigante que pasa de la calma a la furia recibiendo a las distintas estaciones del año. Ese lugar azul que a veces se tiñe de verde y que regala a la costa riosellana playas y calas difíciles de olvidar.
La playa de Santa Marina, en la villa, es tal vez la más importante. Su inicio coincide con la desembocadura del río Sella, creando así un espectáculo visual que genera, por sí solo, un atractivo poco común. Su arena es dorada y fina y su forma simula una concha perfecta. Su ubicación la ha convertido en una gran playa accesible con servicios para todo tipo de usuarios y que ostenta la Q de Calidad desde el año 2004. Su arenal es, cada Semana Santa, sede de las Carreras de Caballos. Unas de las más importantes del Norte de España.
La Atalaya es la otra playa urbana de Ribadesella. Responde a todas las características que se esperan de una cala escondida, acogedora y salvaje. Es el cobijo de los amantes de la naturaleza y la tranquilidad y, cuentan, que el bronceado resultante es dorado gracias a los cantos jurásicos que la rodean.
La playa de Vega, donde la vista pierde su horizonte por su arenal inmenso, es la gran playa riosellana. Declarada Monumento Natural de Asturias obtiene ese título gracias a la ausencia de urbanizaciones cercanas, la existencia de un sistema de dunas único y los restos jurásicos hallados en su pedrero más oriental.
La playa de Cuerres recibe el mismo nombre. Es un rincón peculiar, un fiordo que genera la desembocadura del río Guadamía y que sólo la marea baja permite contemplar la arena. Y cuando el mar está bravo y el Cantábrico muestra su cara más espectacular resurge su espuma por el interior de los acantilados de roca caliza, por un recoveco erosionado por la fuerza del agua, por un bufón que deja rugir lo más profundo de las aguas del Norte.
El pedral de Arra es una hermosa cala cercana a la localidad de Collera cuya peculiaridad es el paraje y el acceso; Abéu y Tereñes son dos rincones de obligada visita, resguardados por verdes praderías en medio de un hueco del litoral riosellano